martes, 29 de marzo de 2011

La cita

Hacía un tiempo que se arreglaba más de la cuenta, procuraba un buen apurado de su barba diariamente y las rutinas frente al espejo eran cada día más prolongadas. Al vestirse no descuidaba el más mínimo detalle, todo combinaba y sentía que la elegancia era un don que se le había concedido desde la cuna. Doblaba meticulosamente el pañuelo que terminaría asomando en el bolsillo de su americana, los zapatos bien lustrados y para terminar, con un fino peine de púas muy juntas que guardaba en el bolsillo de su camisa, dibujaba una línea perfecta casi a punto de la sien. Unas gotas de colonia con regusto a madera y tabaco bastaban para dejar por el pasillo el recuerdo de su trayectoria.
No andaba mucho, unos pocos pasos, los que se podían contar desde el baño hasta el salón de su casa. Encendía la tele y se sentaba en el sillón de enfrente con un gesto maniático de estirarse el pantalón intentando planchar arrugas inexistentes. Luego esperar, no mucho, pero le gustaba llegar siempre unos minutos antes a su cita. Entonces aparecía ella, la chica de la teletienda nunca faltaba, tan puntual como él, y le guiñaba un ojo, mientras le enseñaba las bondades de los artilugios de cocina llamados a revolucionar el mundo del ama de casa. Ella le miraba y él lo sabía, con la complicidad que sólo es producto del amor más puro, incluso tenían un lenguaje secreto.
En una habitación de su casa, la que en un principio iba a destinar a su descendencia, se amontonaban objetos de utilidades imposibles, casi sin espacio, acumulando polvo.

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