martes, 19 de abril de 2011

ENFERMEDAD

Aquel sueño empezó a crecerle hacia dentro, la misma noche que cerró las puertas y tapió las ventanas.
Quiso esconderse entre las costillas y buscó un lugar recóndito entre el pecho y la espalda. Mientras tanto, afuera, seguían fabricando diques, los muros multiplicados.
Así se extendió un sitio oscuro, una melanina muerta, la tristeza de los rincones. 
Cuando fue a pronunciar su nombre sólo salió un pájaro muerto de su boca y una suerte de amnesia blanca se le instaló en las retinas. Con la tarde colándose por algún agujero vacío de clavos, llegaban recuerdos polizones que intentaban navegarle el rostro y esa suave sensación no era más que una leve mejoría.
Su sueño continuaba su camino introvertido, perforándole las vertebras, hasta que fue sólo músculos de sueño, huesos de sueños, sangre soñolienta.