Empiezo a acostumbrarme a su carne, me gusta masticarlo despacio, aunque a veces se me antoje desgarrarlo de una mordida.
Miro su cuerpo junto al mío, cómo se prolongan los brazos y las piernas y se multiplican organizando otras naturalezas.
Somos un monstruo perfecto, un ser extraordinario.
Hundo mi rostro entre los músculos y compruebo como rezuma la sangre tibia por mi cara, su latido en mis párpados.
No me quiero ir.
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